Es extraño que
le pregunte al lado oscuro de mi alma quien soy. Me impuse una vida que parecía
divertida, sacaba cada mañana de mi sifonier una personalidad diferente, como
el que busca entre varios pasaportes falsos.
Me despierta la
angustia de esta alma que me condena, mi ropa empapada en un sudor frio clama a
mi flaqueza que construya un muro para encerrar a mis fantasmas, es entonces
cuando el relente de la noche recorre mi piel y me eriza el bello.
Salto de la
cama, no puedo más!!! Me arrodillo en el suelo, abrazándome e intentando
agachar tanto la cabeza, pensando que todo es un sueño, que despertare, pero no
es así, las lágrimas no me dejan ver, hay tantas cicatrices en mi alma que no
caben más.
Temblando en
ese suelo como una niña que se esconde por los truenos de una tormenta, grito
al silencio: Por favor, dile a la noche que no saque sus garras de guepardo,
dile al viento que no me traiga el canto de las sílfides.
Clamo por
ayuda, pero es un ruido sordo que mis cuerdas vocales lo transmiten como un
susurro, un susurro silente.
Mi vida se ha
convertido en una gincana, mi sonrisa se ha vuelto abyecta.
Y cuando ya
creo desfallecer, cuando ya empiezo a notar que mi cuerpo en aquel rincón de la
habitación se ha vuelto frio, invisible, mis secretos me visitan, me abrazan,
esos secretos que nunca escribieron mis manos, que están bajo el permafrost de
mi inconsciente, y me dicen que no es culpa mía, que no es culpa de nadie,
ellos son mi condena y yo la única que puedo romper sus cadenas.
Aún sigo
preguntándole al lado oscuro de mi alma quien soy y aún sigo cayendo en aquel
rincón de mi habitación, soy un reo unido a sus cadenas. El daño colateral de
la cobardía de mi alma.
Evva
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